lunes, 23 de mayo de 2011

La montaña de los espíritus


Haciendo caso a otra de las peticiones, procedo a publicar un posts formado integramente por fotografías propias (aunque no sean muy buenas, pues las condicionas lumínicas de los días en cuestión fueron, cuanto menos, variables; unido al cansancio acumulado durante el ascenso...).

El monte Kinabalu es la montaña más alta del sudeste asiático y, por ende, de Malasia. Sus 4095m hacen que sea omnipresente en cualquier lugar de Sabah, región de Malasia, incluso apareciendo en su bandera, como símbolo de la isla de Borneo.

Pese a la altura, la escalada del mismo no es una misión descabellada y es una atracción turística muy importante. Y, aunque el ascenso no es de alto nivel, nadie lo intentó hasta 1858, pues los lugareños cuentan historias sobre espíritus que habitan las laderas de la montaña, y evitaban acercarse, cuanto más subirla.

Se puede comenzar la ascensión desde el centro de visitantes del Parque Nacional Kinabalu, situado a 1866m, desde donde el camino comienza con un sencillo tramo de senda bien marcada, sin pendientes muy abruptas y absolutamente rodeado de vegetación:


El momento que marca la subida, pues empezamos a encontrar las primeras rampas es una bonita cascada que atraviesa el camino y momento desde el cual nuestras piernas empiezan a sufrir:


A partir de entonces, el camino pica hacia arriba, y cada vez la senda es más estrecha con los árboles ganando terreno a marchas forzadas a la vez que nos vamos introduciendo el la niebla, perenne en las faldas de la montaña:


El recorrido sigue con un semblante parecido durante los primeros 4 kilómetros de subida, aproximadamente, dando un cambio de aspecto radical cualdo superamos el nivel habitual de las nubes, llegando a un espeso bosque de rododendros,


salpicado, de vez en cuanto de pequeñas zonas más húmedas, que nos ofrecen simpáticas plantas tropicales:


Así pasamos la subida hasta llegar al refugio de Laban Rata, donde se pasa la noche. Han sido más de 6 km de subida, pero la paz que nos ofrece estar por encima de las nubes paga con creces el esfuerzo:


Madrugando demasiado (esperamos cubrir los dos kilómetros que nos separan de la cima antes del amanecer) enfilamos el camino, mucho más difícil que lo que llevamos hasta ahora, sumándole la posibilidad de que el mal de alturas haga su aparición estelar.


Por lo menos, hay que decir que merece la pena subir de noche, puesto que así no nos percatamos del peligro real del camino que recorremos, con buenas caídas al abismo que están más cerca de los que parece.


Las piernas se hacen demasiado pesadas, auqnue finalmente se alcanza la cima, y el amanecer, desde tan alto, ofrece una postal impagable, nada duele, porque ya está logrado.


Y tras esto, sólo queda bajar, que no es ninguna tontería. De hecho, a un servidor le supuso bastante más esfuerzo que la subida.

Hasta la próxima!

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